En el adiós ya estaba la bienvenida
Por última vez, coloca todo muy cuidadosamente. Como si nada nunca hubiera roto la paz y realmente la vida fuese inalterable. Coge todo lo que puede del cajón de los recuerdos y se llena los bolsillos, aún consciente de que muchos se caerán por el camino. De puntillas, para no hacer ruido, avanza con decisión por el pasillo. Y con el sabor amargo de la despedida aún en la punta de la lengua puede entender la fastuosidad amarescente de los finales. Solo que esta vez no es un cartel de letras claras sobre fondo oscuro el que anuncia que ya se acabó todo, y que además, mientras recoge las maletas, sabe que esto no es el final, sino solo el comienzo de una sucesión de días clonados.