Sintió el frío aliento de un te quiero,
de un adiós; de una despedida y de un comienzo.
Los recuerdos se inmolaban por el balcón.
Ahora todo era un enorme vacío blanco.
Los besos se enturbiaron
y las lágrimas empañaron el espejo.
Prometió no maquillarse de nuevo,
dejar al aire su ingenuidad
excusas
torpeza
ignorancia
debilidad.
Pero sabía que era una promesa muerta,
incluso antes de que saltara del precipicio de sus labios.
Suspiró,
y gritó,
y lloró.
Hasta que decidió enterrar en sus venas
el borde más afilado de su pasado.
A fin de cuentas siempre estuvo claro que, al final,
el Titanic se hundiría.
Y no puedo evitarlo, hay algo en tu manera de escribir, esa sinceridad desgarradora que hace imposible no prendarse de ella
ResponderEliminarNo soy yo. Es la embriaguez del desgarro, que desde siempre nos ha cautivado como especie. Quizá porque todos sin excepción en algún momento u otro hemos sentido como nuestra vida se desmembraba en esa lucha por la fijeza y la estabilidad (¿jamás conseguida?). El dolor no se explica por sí mismo así que solo quedan testimonios con los que empatizar e identificarse. Musa y estímulo a partes iguales.
EliminarMuchas gracias de todos modos por tus palabras, son muy agradecidas.
Hacía días que no me metía a mirar blogs y me ha gustado meterme en uno y encontrarme algo que me llegue de esta forma, a veces me resulta complicado. Gracias.
ResponderEliminarImportante mensaje el que dejas. Aunque no estoy a la altura de su contenido.
EliminarGracias, a ti.